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personas se dieron cita el 11 de abril de 1961 en el cine del Circulo de Bellas
Artes para celebra la asamblea constituyendo del Club de Amigos de la UNESCO de
Madrid, que se había legalizado el 15 de marzo. Se cumple, así pues, este año
el cincuentenario del que sin duda fue uno de los centros de resistencia
cultural antifranquista más importantes de España. 50 años en los que no ha
dejado de ser, durante la dictadura y tras su fin, una asociación dedicada a
promover la cultura popular, la educación y el pensamiento crítico, y a la
defensa de las libertades, la justicia y la paz. Todo ello, sobre todo durante
los años de la dictadura, a través de la lucha por la aplicación de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, principal origen ideológico del
Club. Pocas instituciones similares han alcanzado esta longevidad, pese a las
muchas dificultades que ha tenido que atravesar en todo éste tiempo.
En aquella España gris y represora del
franquismo, la noticia de que había en Madrid un sitio donde se podía hablar en
voz alta de las cosas prohibidas de mentar en la calle se corrió con rapidez en
los escasos y minoritarios medios antifranquistas de la ciudad; de las
tertulias de los cafés a los cine-clubs, de las fábricas a la universidad, de
las cárceles a los intelectuales, las amas de casa o los jóvenes inquietos.
Nada menos que un centro que, defendiendo los principios de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos y las directrices de la UNESCO (firmadas pero
sistemáticamente incumplidas por el régimen), se planteaba la lucha por la
libertad, la justicia y la democracia en España a través de las únicas armas de
la educación, la ciencia y la cultura.
Hasta 1963, año en el que empezaron su
actividad efectiva, casi se triplicó el número de socios, que superaron los
1.000 en 1964 y siguieron en progresión ascendente en los años siguientes.
Había todo tipo de personas, hombres y mujeres, jóvenes y viejos,
universitarios y trabajadores, profesores y comerciantes, gente que había
salido de la cárcel y otros que entrarían pronto en ellas, intelectuales y
empleados. Les unía una insaciable ansia de conocimiento, un profundo
sentimiento antifranquista y una íntima necesidad de cambiar el mundo
inhabitable en el que vivían. Todos juntos realizaron una labor extraordinaria.
Gracias
a ellos se pudo desarrolla una actividad frenética, con actos, conferencias,
cursillos y seminarios sobre los más diversos temas y con los más reconocidos
especialistas del momento, películas, teatro, recitales y numerosas actividades
culturales, además de publicaciones. En este terreno de la edición, tan sólo en
1967 se publicaron (y se distribuyeron) un total de 71.700 ejemplares de
distintas publicaciones, la mayor parte emanadas de organismos como la OIT o la
propia UNESCO. Destacan los 38.000 ejemplares que se tiraron de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos (documento del que el Club ha llegado a
repartir en su historia, y muy especialmente en los años de la dictadura, más
de dos millones de ejemplares).
Como orientación sobre el tipo de
actividades que se desarrollaron y los que colaboraron en ellos, decir que en
la última semana de octubre y todo noviembre de 1968, meses cogidos a voleo, se
realizaron un total de 19 actos. Cuatro estuvieron dedicados a proyectar
diapositivas de arte, que fueron comentadas por los críticos Gaya Nuño y
Valeriano Bozal, aparte del entonces que presumiblemente estudiante Luis
Figuerola Ferreti (que habló, nada menos que sobre “Toulouse Lautrec y su
época”). Se celebraron cuatro sesiones del ciclo “El autor de teatro visto por
el crítico”, en el que participaron los dramaturgos Martín Iniesta, Carlos
Muñiz, Lauro Olmo y Antonio Buero Vallejo, que conversaron con Alfredo
Marquerie, Enrique Llovet, Ricardo Domènech y José Monleón. Además hubo una
conferencia sobre “Los usos pacíficos del átomo”, cuatro audiciones musicales
(sí, escuchando música de un magnetofón), comentadas por músicos y críticos de
la talla de Ramón Barce, Federico Sopeña, Luis de Pablo y Rafael Rodríguez
Albert), una charla sobre organismos internacionales (que se hacían cada mes),
otra sobre “Madrid, como problema”, que dio Luis Carandell, y cuatro reuniones,
con proyección de cortometrajes documentales y coloquio, como todos los actos,
sobre “La Olimpiada de México”.
Represaliado
por la dictadura, fue clausurado en tres ocasiones.
Pese
a lo aparentemente inocuo de aquella programación, no es de extrañar, conocidas
simplemente las ideas antifranquista de los conferenciantes, que inmediatamente
comenzara la represión sobre el Club y sus miembros. En 1966 se les prohibió la
edición de cualquier material impreso, dada la cantidad de publicaciones que
repartían, siempre centradas en los Derechos Humanos y otras normativas de los
organismos internacionales a los que pertenecía España. Prácticamente desde esa
época se les impidió sistemáticamente que realizara actos abiertos al público,
obligándoles a que fueran “sólo para socios”, sistema que comenzó cuando en
1965 organizaron la primera actuación en Madrid del pionero de la nova canço catalana, Raimon (dos años y
medio antes de la famosa de Económicas de mayo de 1968), que fue prohibida en
el Teatro de la Zarzuela, donde se había programado originalmente, y hubo de
trasladarse al local de Tirso de Molina, en el que se tuvieron que colocar
altavoces en los balcones para que lo escuchara desde la calle la gente que no
había podido entrar.
El Club fue precintado en tres ocasiones: En
enero de 1969 durante tres meses, como consecuencia de un estado de excepción,
siendo detenidos varios de sus directivos; en diciembre de 1971 también durante
tres meses, y en enero de 1975 (tras una prohibición previa en diciembre de
realizar actividades de ningún tipo), en un cierre que duró nada menos que 22
meses, coincidiendo con la agonía y muerte del dictador y el primer año de la
transición. El 26 de enero de 1980 el club sufrió un atentado fascista que hizo
estallar una carta bomba que, aparte de los destrozos consiguientes, provocó la
ceguera de María Dolores Martínez y la pérdida de una mano de Luis Enrique
Esteban, miembros del Comité Ejecutivo.
Pese a todas las trabas, El Club de Amigos
de la Unesco de Madrid fue capaz de desarrollar una importante actividad,
convirtiéndose, sin duda en el centro de resistencia cultural al franquismo más
importante de España. En su momento fue un centro de encuentro, reunión y
reafirmación de los españoles que, desde distintas ideologías y puntos de
vistas, encontraron en los ideales de los Derechos Humanos y las disposiciones
de los organismos internacionales una manera de lucha contra la dictadura y por
la libertad. También fue un punto de confluencia de los intelectuales,
artistas, pensadores, pedagogos y científicos críticos del momento con unos
ciudadanos, su público objetivo, especialmente trabajadores, profesionales y
empleados, ansiosos de cambiar la sociedad en la que vivían a través de la
cultura como forma de concienciación política y elaboración de ideas
alternativas. No en vano entre sus socios y colaboradores se encuentran los
nombres más importantes de la cultura española de todos estos años.
Los
más descados artistas e intelectuales han colaborado con el CAUM
Sería
agotador hacer una lista de todos los que pasaron por el Club, pero baste decir
que, aparte de los citados, fueron colaboradores, más o menos asiduos (algunos
mucho), entre otros, los novelistas Juan García Hortelano, Antonio Ferres,
Armando López Salinas, Ángel María de Lera y Mercedes Soriano; los poetas
Gabriel Celaya, José Hierro, Jesús López Pacheco, Luis Felipe Vivanco, José
Manuel Caballero Bonald, Carlos Álvarez o Luis Antonio de Villena; los
cineastas Juan Antonio Bardem, Carlos Saura, Luis García Berlanga o Basilio
Martín Patino; los cantautores Raimon y Paco ibáñez, científicos como el
biólogo Faustino Cordón, el sociólogo Eloy Terrón (que luego sería presidente
del Colegio de Licenciados de España), o el sexólogo Ángel Sopeña; los
economistas Ramón Tamames y Pablo Cantó; y una larga nómina de intelectuales,
periodistas, actores y pensadores: Tierno Galván, José Luis López Aranguren,
Marcelino Camacho, el Padre Llanos, Fernando Fernán Gómez, Julio Caro Baroja,
Pedro Laín Entralgo, Eduardo Haro Tecglen, César Alonso de los Ríos, Francisco
Rabal… y así hasta una lista infinita. En una relación claramente incompleta,
realizada en 1984, se incluían más de 130 nombres de intelectuales de primera
línea colaboradores del Club.
Acabada la dictadura, el CAUM ha seguido siendo
hasta hoy en día un foro democrático de reflexión y debate, un lugar de
encuentro y solidaridad, un colaborador eficiente con cuanta lucha por la
profundización de la democracia se ha planteado en el Estado, un centro para la
elaboración de pensamiento crítico. Y todo ello en medio de un cerco hostil
provocado por un sistema que prima la ignorancia sobre el conocimiento y el
mercado sobre los ciudadanos y sus derechos.
Como un ejemplo mínimo de las actividades
recientes del Club, basta referirse, por ejemplo, a la campaña de recuperación
de la memoria histórica que realizó en 2006 y 2007, continuada en años
posteriores. Se celebraron entonces 25 conferencias, seminarios y debates, con
la participación de 62 conferenciantes, grabándose todas ellas y quedando a
disposición de los socios y quienes las quieran consultar. Igualmente se
publicaron 27 “Cuadernos” (Colección de textos sobre diversos temas culturales,
educativos y políticos que el club viene editando mensualmente y reparte entre
sus socios desde los años 90, de los que en estos momentos hay más de 300
títulos en catálogo).
En estos últimos años, El CAUM ha sido
también sitio de acogida y reunión de cuanto colectivo crítico lo ha
solicitado, participante, colaborador y difusor de cuanta causa justa y
solidaria se ha defendido en España.
En la actualidad el Club de Amigos de la
Unesco de Madrid sigue trabajando y luchando por la cultura, los derechos humanos,
la libertad, el pensamiento crítico, la solidaridad y la justicia desde su sede
de Tirso de Molina 8, 1º, preparándose para iniciar los segundos 50 años de su
existencia.
CAUM
2011