jueves, 23 de junio de 2016

VICENÇ NAVARRO. EL ABANDONO DEL SOCIALISMO POR LA SOCIALDEMOCRACIA ESPAÑOLA


    Cuarenta años de dictadura hicieron mucho daño a España y continúan haciéndolo. Y uno de estos daños es que continúa habiendo hoy en este país una visión de la historia de España y de Europa muy conservadora, que no se corresponde ni con la historia real de España ni con la europea. El hecho de que no haya habido una “desnazificación” de España explica que predomine, a nivel popular, un franquismo sociológico que aparece incluso de vez en cuando en voces que se consideran o autodefinen de izquierdas. En lenguaje común, se continúa hablando en España de franquismo en lugar de fascismo, se confunde estalinismo con comunismo, se desconoce qué es el socialismo y se ignora el protagonismo del Partido Comunista en la lucha contra la dictadura en España. La enorme oposición de las derechas a recuperar la memoria histórica tiene como objetivo precisamente propagar la visión conservadora (reprimiendo la lectura progresista) de lo que ha ocurrido en España y en Europa.

VICENÇ NAVARRO. EL ABANDONO DEL SOCIALISMO POR LA SOCIALDEMOCRACIA ESPAÑOLA


    Cuarenta años de dictadura hicieron mucho daño a España y continúan haciéndolo. Y uno de estos daños es que continúa habiendo hoy en este país una visión de la historia de España y de Europa muy conservadora, que no se corresponde ni con la historia real de España ni con la europea. El hecho de que no haya habido una “desnazificación” de España explica que predomine, a nivel popular, un franquismo sociológico que aparece incluso de vez en cuando en voces que se consideran o autodefinen de izquierdas. En lenguaje común, se continúa hablando en España de franquismo en lugar de fascismo, se confunde estalinismo con comunismo, se desconoce qué es el socialismo y se ignora el protagonismo del Partido Comunista en la lucha contra la dictadura en España. La enorme oposición de las derechas a recuperar la memoria histórica tiene como objetivo precisamente propagar la visión conservadora (reprimiendo la lectura progresista) de lo que ha ocurrido en España y en Europa.

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sábado, 11 de junio de 2016

HACE CIEN AÑOS PANCHO VILLA INVADIÓ ESTADOS UNIDOS




    Llueve hacia arriba. La gallina muerde al zorro y la liebre fusila al cazador. Por primera y única vez en la historia, soldados mexicanos invaden los Estados Unidos. Con la descuajaringada tropa que le queda, quinientos hombres de los muchos miles que tenía, Pancho Villa atraviesa la frontera y gritando ¡Viva México! asalta a balazos la ciudad de Columbus.
Eduardo Galeano


    La venta de la patria es un hecho, y en tales circunstancias decidimos no quemar un cartucho más con los mexicanos nuestros hermanos y prepararnos y organizarnos debidamente para atacar a los americanos en sus propias madrigueras y hacerles saber que México es tierra de libres y tumba de tronos, coronas y traidores.

Francisco Villa.
Carta a Emiliano Zapata

MARÍA ZAMBRANO. LA EXPERIENCIA DE LA HISTORIA (Después de entonces)



   Un entonces al modo de una aurora desvalida alzándose sin pestañear sobre la ne­grura que ya masticaba su presa.

   Pero esta nuestra aurora fue ahogada en sangre, en su propia sangre desti­nada a la vida. Y sepultada más viva todavía, como un germen. Una razón germinativa, germinante en lo escondido de la historia, en su centro vivo. Y mientras tanto, infatigablemente, la muerte funcionaba.

   Únicamente la experiencia histórica puede evitar la persistencia de la decretada ocultación. La experiencia que no desmitifica sino para extraer del mito su sentido. Y mítica es la guerra de España. Uno de los pocos mitos de esta época que no acaba de pasar, que no fluirá hasta que su verdad no se haga visible.


martes, 7 de junio de 2016

Ulrike Meinhof. Un aniversario que nadie quiere recordar (2) JEAN GENET. VIOLENCIA Y BRUTALIDAD




Artículo publicado originalmente en castellano en El País 16/09/1977.

   Violencia y vida son casi sinónimos. El grano de trigo que germina y parte de la tierra helada, el pico del polluelo que rompe la cáscara del huevo, la fecundación de la mujer, el nacimiento de un niño, son actos de violencia. Y nadie acusa al niño, a la mujer, al polluelo, al brote, al grano de trigo. El proceso que se hace contra la Fracción Ejército Rojo, el proceso de su violencia es real pero Alemania Federal, y, con ella, toda Europa y América, quieren engañarse. Más o menos oscuramente, todo el mundo sabe que esas dos palabras, proceso y violencia, ocultan una tercera, la brutalidad. La brutalidad del sistema. Y el proceso hecho a la violencia es la brutalidad misma. Y cuanto más grande sea la brutalidad más infamante será el proceso y más imperiosa y necesaria se hará la violencia. Cuanto más dura sea la brutalidad, tanto más la violencia, que es vida, será exigente hasta el heroismo. He aquí una frase de Andreas Baader: «La violencia es un potencial económico». Cuando se ha definido la violencia, como más arriba, es necesario decir lo que es la brutalidad: el gesto o la gesticulación teatral que pone fin a la libertad y sin otra razón que la voluntad de negar o de interrumpir una realización libre.
   El gesto brutal es el gesto que rompe un acto libre. Al hacer esta distinción entre violencia y brutalidad no se trata de reemplazar una palabra por otra, dejando a la frase su función acusadora con respecto a los hombres que emplean la violencia. Se trata de rectificar un juicio cotidiano y de no permitir a los poderes disponer a su antojo, para su comodidad, del vocabulario como lo han hecho, lo hacen todavía con la palabra brutalidad, que reemplazan aquí, en Francia, por borrón o incidentes del camino...
   Debemos a Andreas Baader, a Ulrike Meinhof, a Holger Meins, a la RAF en general, el habernos hecho comprender, no sólo por palabras, sino por acciones, fuera de las prisiones y en las prisiones, que solamente la violencia puede acabar con la brutalidad de los hombres...
   Cuando denuncian las brutalidades de Estados Unidos y de su agente privilegiado, Alemania Federal, es de esta Alemania sierva de la que ellos se preocupan, pero al mismo tiempo, en el mismo movimiento se preocupan de toda la miseria del mundo. Y cuando escriben sobre ello los miembros de La Fracción Ejército Rojo prueban no sólo la generosidad y la ternura velada de sus sentimientos, expresan todavía una sensibilidad muy delicada hacia los que aquí, en Europa, continuamos llamándonos la escoria. ¿Pero acusar al Gobierno alemán, a la Administración alemana, a la población alemana, qué significa esto? Si Estados Unidos no estuviese físicamente presente en Alemania, si su ambición no hubiese alcanzado esa envergadura, si Europa no le hubiese asegurado a la Alemania Occidental una función policíaca frente al Este, esta espina, que es la Fracción Ejército Rojo, en la carne demasiado grasienta de Alemania sería, tal vez, menos aguda y Alemania, menos inhumana.
   Si se quiere, creo ver aquí un doble error. Alemania busca y en una cierta medida lo consigue, dar una imagen de la Fracción del Ejército Rojo terrorífica, monstruosa. Por otra parte, y por el mismo movimiento, el resto de Europa y de América, al estimular la intransigencia de Alemania en su actividad violenta contra la Fracción Ejército Rojo, buscan y, en una cierta medida, logran dar de la Alemania eterna una imagen terrorífica, monstruosa.


Fuente: diezienmil.blogspot.com.es

jueves, 2 de junio de 2016

ULRIKE MEINHOF. UN ANIVERSARIO QUE NADIE QUIERE RECORDAR

Agradecemos al escritor del blog pasabaporaquiymedije la publicación del artículo que pasamos a reproducir.

Ulrike Meinhof. Periodista. Revolucionaria. Muerta


Pequeña antología de artículos escritos por Ulrike Meinhof, publicada por la
Editorial Anagrama en España en 1976, poco después de su muerte.  La selección  y el prólogo fueron realizados por Manuel Sacristán.






























    Hace cuarenta años Ulrike Marie Meinhof (1934-1976) apareció ahorcada en su celda de la prisión de Stuttgart-Stammheim, Alemania occidental.
   Se encontraba en una prisión de alta seguridad y en régimen de aislamiento desde su detención en 1972 junto al resto de los miembros de la Fracción del Ejército Rojo, llamada por el Estado banda Baader-Meinhof, entre los que se encontraban Holger Meins, Andreas Baader, Gudrun Ensslin, Jan Carl Raspe e Ingrid Schubert. Ninguno de ellos salió con vida de la cárcel. Todos murieron en sus celdas de aislamiento, “suicidados” por un Gobierno del Partido Socialdemócrata en coalición con el Partido Liberal. A Holger Meins le llegó la hora en noviembre de 1974. La hora llegó para Ulrike Meinhof el 9 de mayo de 1976, hoy se cumplen cuarenta años del suceso. El turno de Baader, Ensslin y Raspe llegaría en septiembre de 1977, y el de Schubert en octubre del mismo año. Los hombres murieron a balazos. Con las mujeres fueron más considerados: las ahorcaron. El exterminio de la Baader-Meinhof hacía honor a una larga tradición alemana. El Estado alemán, a lo largo de su Historia, pudo tolerar a regañadientes la disidencia individual o colectiva encauzada por el compromiso social. La disidencia intransigente, en cambio, al menos a partir de 1919, empezó a pagarse con la vida.
   Meinhof había empezado su carrera como periodista en el cambio de la década de los cincuenta a los sesenta, con la publicación de la revista Konkret. En ella denunciaba las continuas leyes de emergencia de los Gobierno de derecha, de Gran coalición o socialdemócratas que se fueron sucediendo en la República Federal Alemana (RFA) frente a la movilización de los jóvenes estudiantes y, ya a finales de la década de los sesenta, de sectores de obreros al margen de la burocracia sindical. La represión amparada por esas leyes de emergencia se cobraron vidas como la del estudiante Benno Ohnesorg, tiroteado por la Policía en 1967, o la de Rudi Dutschke, dirigente de la Liga de Estudiantes Socialistas, al que un ciudadano de orden disparó en la cabeza en 1968 tras una campaña rabiosa del reaccionario grupo mediático Bild. Cientos de detenciones. Tortura, cárcel contra los que salían a la calle. Este clima llevó a la radicalización extrema de un grupo de jóvenes a los que se unió Meinhof en 1970, que llevaron a cabo atentados y acciones de sabotaje sobre todo contra las bases norteamericanas en la RFA. La guerra de Vietnam se encontraba entonces en su triste apogeo; Alemania occidental colaboraba en el martirio de la población vietnamita, y para el grupo Baader-Meinhof se convirtió en algo prioritario el objetivo de sabotear y denunciar ese genocidio.
   El Estado alemán occidental estaba infestado de antiguos dirigentes del Partido Nazi. No sólo los magnates como Thyssen, Krupp o Flick, que habían sostenido las finanzas de Hitler, seguían —y siguen— controlando la industria alemana, sino que los ministerios, las magistraturas, la Policía y los puestos de la Administración fueron ocupados por antiguos nazis: secretarios de Estado como Globke, ministros como Oberlaender, cancilleres como Kiesinger o presidentes de la República como Luebke habían sido dirigentes nazis. Como lo había sido Hans Martin Schleyer, presidente de la patronal alemana, que bajo el Tercer Reich había sido miembro de las SS, líder de la Liga Antisemita y saqueador de la economía de la Checoslovaquia ocupada. El asesinato de este gran patrón, Schleyer, por la Fracción del Ejército Rojo —que trató de canjearlo sin éxito en 1977 a cambio de la libertad para los presos supervivientes de Stuttgart-Stammheim— le costó la vida en su celda de aislamiento a Ingrid Schubert en octubre de ese año.
    Ulrike Meinhof es un ejemplo de ese tipo de personas que ponen su cabeza como aval de sus ideas. Contribuyó a contestar a la fuerza con la fuerza. Una fuerza muy leve la suya, sin embargo, frente a la monstruosa maquinaria implacable, metálica e inmisericorde del Estado alemán, al que las acciones de la Baader-Meinhof no le hicieron ni cosquillas. Pero había que dar un escarmiento ejemplar y se dio. Ninguno de los detenidos en 1972 llegarían a escuchar el veredicto del tribunal. Todos fueron ilegalmente ejecutados sin sentencia. Se les había acusado de crímenes al azar. Según el anuario Revista de Zurich de 1977, «la Justicia no posee ninguna prueba formal de la culpabilidad de los detenidos». Pero la Justicia alemana llevó las togas al tinte los días de sus asesinatos y se inhibió en favor de los carceleros, de sus cuerdas y de sus pistolas. El tiempo de las formalidades, al menos en Alemania, hacía décadas que había pasado.
   El exterminio carcelario fue una advertencia. La sociedad alemana se replegó. Sin duda, las acciones de la Baader-Meinhof estaban aisladas, y sin duda también, se cargó en su cuenta cualquier atentado, asalto o atraco producido en Alemania occidental entre 1970 y 1972 para aumentar el clima de histeria contra ellos, los “radicales”. Involuntariamente se convirtieron en espantajos para la mayoría y en mártires para sí mismos.
   Qué más da. Hicieron lo que creían que había que hacer, no lo que se esperaba de ellos, y aceptaron las consecuencias. Unas consecuencias terribles. El cerebro de Ulrike Meinhof fue extirpado de su cráneo en la sala de autopsias sin autorización familiar alguna y encerrado en un frasco de formol —de alta seguridad sin duda, en régimen de aislamiento una vez más— para tratar de descubrir entre sus pliegues la raíz del mal. Un típico experimento nazi arropado por un canciller socialdemócrata, Helmut Schmidt, recientemente difunto en su decrépita vejez. Si lo que buscaban los verdugos era la raíz del mal, les habría bastado con mirarse al espejo.
  En 1962, Meinhof había escrito en la revista Konkret diatribas «contra la ideología de la “colaboración social en la empresa”, contra la de la “comunidad nacional” y contra la del “mismo barco” en el que parece que todos navegaríamos». Catorce años después, tras muchos artículos, muchas apariciones públicas, muchas protestas y apenas si algún acto de sabotaje, los dignos herederos del Tercer Reich —que habían ofrecido una recompensa de diez mil marcos por su captura— le dieron un escarmiento definitivo por haber escrito palabras como ésas. Primero tortura. Luego muerte. Eficacia prusiana: a una cosa le sigue la otra. Ulrike Meinhof: Periodista, revolucionaria, muerta. Cometió el crimen de ser consecuente. El Estado alemán, su verdugo, cometió exactamente el mismo crimen.