Alí Ahmad Said. Adonis. 1930
Alí Ahmad Said
Esber, más conocido como “Adonis”, nació en Al Qassabin (Siria) en 1930.
Durante su infancia trabajó en el campo. A los diecisiete años tuvo ocasión de
recitar un poema delante del presidente de Siria, lo que le supuso el ingreso
en la Universidad de Damasco, donde se licenció en Filosofía en 1954. El
seudónimo “Adonis” lo eligió el propio Alí Ahmad, tras sufrir el rechazo de sus
obras firmadas con el nombre real.
En 1955 fue acusado de subversivo, siendo
recluido en prisión durante seis meses por ser miembro del Partido Socialista
Sirio. Posteriormente buscó refugio en Beirut, ciudad donde trabajó como
periodista. Estudió en París a partir de 1960. Entre 1970 y 1985 ejerció como
catedrático de literatura árabe en la Universidad de Líbano. Un año después fue
nombrado profesor invitado en la Universidad de Damasco. En 1980 emigró a Paris
para escapar de la guerra civil libanesa.
Adonis es un poeta excepcional. Su poesía ha
significado una verdadera revolución no solo en el ámbito árabe sino más allá.
Bagdad, te
saludo
I
Deja el café y bebe
otra cosa
mientras
escuchas a los invasores:
“Con la gracia
del cielo
hacemos una
guerra preventiva;
desde el Hudson
y el Támesis
traeremos el
agua de la vida
para hacerla
fluir en el Éufrates y el Tigris”.
Una guerra
contra el agua y los árboles,
contra los
pájaros y los rostros de los niños.
De entre sus
manos surgen lenguas de fuego
en forma de
clavos de cabeza oval,
y en sus hombros
resuenan
las palmaditas
de los dioses.
El aire gime y
llora
a lomos de un
junco llamado tierra;
la arena se hace
roja y negra
entre los
tanques y las bombas,
entre ballenas
que son misiles volantes,
en un tiempo
improvisado por la metralla,
en volcanes
espaciales que expulsan su líquida lava.
Oscila, Bagdad,
sobre tu cintura transida de agujeros.
Los invasores
nacieron en un viento que anda a cuatro patas
por gentileza de
su cielo particular,
ese cielo que
está preparando al mundo
para que lo
engulla la ballena de su lengua sagrada.
En verdad, como
dicen los invasores:
parece que este
cielo-madre
sólo sabe
alimentarse de sus propios hijos.
¿Pero también
hemos de creer, invasores,
que los misiles
tienen sello de profecía,
que la
civilización se hace a golpe de residuo radiactivo?
Una nueva ceniza
vieja bajo nuestros pies.
Pero decidme,
pies que andáis sin rumbo,
¿sabéis a qué
abismo habéis llegado?
Nuestra muerte
está al filo de las agujas del reloj;
nuestro pesar se
dispone a clavar sus uñas
en la carne de
las estrellas.
Ay de esta
nación de la que somos:
una tierra que
nada crepitante en incendios
donde los
hombres arden cual leña seca.
Cuán hermosa
eres, piedra sumeria,
tu corazón sigue
latiendo con un Gilgamesh
que se dispone,
de nuevo, a echar pie a tierra
para volver a
buscar la eternidad de la vida;
pero, esta vez,
su guía no será sino
un haz de polvo
radiactivo.
Hemos cerrado
las ventanas
tras limpiar los
cristales con periódicos
que cifran la
historia de la invasión.
Luego, hemos
arrojado a las tumbas
nuestros
vestigios de rosas.
¿Adónde vamos?
Ni siquiera el
camino se cree ya nuestros pasos.
II
Una nación
entera está a pique de olvidar su nombre.
¿Y todo por qué?
¿Una flor roja
me enseñó a dormir
en el seno de mi
ciudad de letargo?
El asesino ha
devorado la canción;
no preguntes
pues, poeta:
a esta tierra
sólo puede despertarla
el fuego de la
rebelión.
Publicado en Al-Quds al-Arabi el 1 de
abril de 2003
Canción
Te deletreo
cuadro del terror
Leo tu largo
desierto
Mi mañana que
tiembla, y en mis mejillas
Las manchas de
este cielo asesinado
Manchas de mis
dos manos
Te deletreo,
despierto el fuego en tu rostro,
Hago gritar a
las letras avaras
Beso al lince y
al cuervo
Beso a los
muertos
Han despenado
abandonaron su hierba y resucitaron
Como hormiga o
libro
Acepto lavarles
Con mi mañana o
con mi ayer
Yo digno de mí:
Me adelanto
E invento a los
otros.
El Correo de la Unesco, Noviembre.1982
Canción
a la contra-época
Si me atreviera,
diría: las estrellas,
el cielo y su
historia,
la gente y el
lenguaje sólido
son cadáveres
flotantes.
Si me atreviera,
preguntaría:
¿A quién se
quema ahora?
¿Qué alegra?
¿Qué se manifiesta?
¿Acaso dijo? ¿Acaso
fue? ¿Acaso no?
Si me atreviera,
cantaría
a las ciudades
ocultas,
a la ceniza
ensangrentada,
a la máquina
devoradora,
y proclamaría:
esto,
oh, tiempo, es
una tierra
que se reproduce
en cadáveres,
y un señor al
que el crimen ha colgado
sobre sus arcos
como amuleto.
Desiertos
(Fragmentos)
Las ciudades se
deshacen
y la tierra es
una locomotora de polvo.
Sólo el poeta
sabe casar este espacio.
No hay camino
hacia mi casa: estado de asedio,
las calles son
cementerios.
Desde lejos,
sobre su casa,
una luna
ensimismada se cuelga
en los hilos del
polvo.
Dije: "Este
es el camino a mi casa". Respondió: "No,
no
pasarás", y me apuntó con el fusil...
Está bien. Tengo
en todos los barrios
amigos, y todas
las casas del mundo.
Caminos de
sangre.
Los evocaba un
niño
y su amigo le
susurraba:
No hay en el
cielo
sino agujeros
llamados estrellas...
Encontraron a
seres en sacos:
el primero sin cabeza
el segundo sin manos ni lengua
el tercero estrangulado
y el resto sin forma y sin nombre.
- ¿Te has vuelto
loco? Por favor,
no hables nunca
de esto.
Una página de
libros
por los que
aparecen las bombas,
aparecen las
profecías y los proverbios pasajeros,
aparecen los
mihrabs, alfombra de letras,
caen,
hilo tras hilo,
desde las agujas
del recuerdo.
Del vino de la
palmera a la calma de los desiertos...
a una mañana que
pasa de contrabando sus entrañas
y duerme sobre
el cadáver de los rebeldes...
calles, camiones
para soldados y grupos...
sombras, hombres
y mujeres...
bombas cargadas
de plegarias,
de fieles y de
herejes,
un hierro que
supura hierro
y se desangra en
carne,
campos
nostálgicos de trigo,
hierba y
hortelanos,
fortalezas que
cercan nuestros cuerpos
y vierten sobre
nosotros oscuridad,
la mitología de
los muertos
que la vida dice
y guía...
una palabra que
es a la vez
víctima,
sacrificio y todos los verdugos...
tinieblas,
tinieblas, tinieblas...
Respiro, palpo
mi cuerpo, me busco,
te busco, le
busco a él y a los otros.
Cuelgo mi muerte
entre mi rostro
y esta palabra: la hemorragia...
Pronuncia su
nombre,
di: he dibujado
su rostro.
Extiende los
brazos hacia ella,
sonríe.
Di: una vez
conocí la alegría,
una vez conocí
la tristeza.
Verás
que aquí no hay
patria...
La
muerte ha cambiado la forma de la ciudad.
Esta piedra es
la cabeza de un niño
y este humo es
un suspiro humano.
Departieron con
ella,
prolongaron la
velada.
Ella sienta a la
noche en su regazo
y palpa sus días
una hoja vieja.
Guarda las
últimas imágenes
en sus pliegues.
Ellas palpan en
su arena,
en un océano de
chispas,
y sobre su
cuerpo
hay un campo de
gemidos humanos.
Semilla a
semilla se esparce en nuestra tierra
y se conserva el
secreto de esta sangre.
¡Oh, campos!
Comed nuestros mitos.
Hablaré de un
perfume en las estaciones
y de un
relámpago en el espacio.
Plaza de la
torre:
figura que
susurra sus secretos
a los puentes
rotos...
Plaza de la
torre:
recuerdo que
busca su estado
en el polvo y el
fuego...
Plaza de la
torre:
desiertos
abiertos
que los vientos
eligen y arrastran...
Plaza de la
torre:
magia que ve
cadáveres que se mueven.
Sus bordes están
en los callejones,
sus siluetas
están en los callejones
y se escuchan
sus gemidos.
Plaza de la
torre:
Oriente
y Occidente,
mártires y
testamentos.
Plaza de la
torre:
un grupo de
caravanas,
hiel, leche y
almizcle.
Las especias
inauguran el festival.
Plaza de la
torre:
grupo de
caravanas,
trueno,
explosión y relámpago,
y los
torbellinos inauguran el festival.
Plaza de la
torre.
He escrito la
historia de esta época
con el nombre de
este lugar.
Ahora soy un
espectro
que vaga por un
desierto
y acampa en una
calavera.
El espacio es un
límite que se debilita,
una ventana que
se aleja,
y el día son
hilos
que se cortan en
mis pulmones
y cosen el
cielo,
una piedra bajo
mi cabeza,
todo cuanto he
dicho de mi vida y de su muerte
se repite en su
silencio.
¿Me contradigo?
Es cierto,
ahora soy
semilla
y ayer fui
cosecha.
Estoy entre el
agua y el fuego,
soy brasa y
flor,
sol y sombra,
no
soy señor.
¿Me contradigo?
Es verdad...
Cerrada está la
puerta de mi casa
y la oscuridad
es túnica,
luna pálida que
lleva en las manos
un puñado de
luz.
Mis palabras no
pueden
dirigir mi
gratitud hacia ella.
Cerró la puerta,
no para
encadenar sus alegrías
sino para
liberar sus tristezas.
Todas las cosas
que vendrán son antiguas.
Elige un amigo
distinto de esta locura
y prepárate para
permanecer apartado.
El sol no ha
vuelto a despuntar:
se cuela en
secreto
y oculta los
pies en la paja.
Espero que la
muerte venga una noche,
con una almohada
en los brazos,
agotada con el
polvo que cubre la frente del alba,
cansada de los
suspiros de los hombres.
La noche cae
(es una página
que había dado a la tinta,
a la tinta de la
mañana que no ha venido).
La noche cae
sobre el lecho
(el lecho
preparado para el amante que no ha venido).
La noche cae sin
ruido
(nubes,
humo...).
La noche cae
(un ser en cuya
mano hay un conejo o una hormiga).
La noche cae
(los
muros del edificio vibran,
La noche cae (se
oyen
estrellas mudas
que la noche conoce
y los últimos
árboles al final de la muralla
no recuerdan lo
que el viento dice a sus ramas).
La noche cae
(entre las
ventanas y el viento hay un susurro).
La noche cae
(una luz se
filtra, un vecino se tumba desnudo).
La noche cae
(dos siluetas,
un vestido abraza a otro vestido,
las ventanas son
transparentes).
La noche cae
(es una mezcla.
La luna de la noche
cuenta a los
zaragüelles
las quejas de
todos los amantes).
La noche cae
(reposa en su
jarra llena de vino, no de arrepentidos.
Un hombre solo
da vueltas por su cabeza).
La noche cae
(lleva algunas
arañas que reposan para los insectos
que no atacan
más que a las casas con luz).
¿Ha venido un
ángel o son proyectiles,
llamadas? Todas
nuestras vecinas
fueron a hacer
la peregrinación y han
vuelto menos
atrofiadas y más presumidas).
La noche cae
(entra en los
pechos de mis días,
y nuestras vecinas
son mis días).
La noche cae
(aquel sofá,
aquella almohada, este pasaje
y esa morada).
La noche cae
(¿qué contamos?
¿Vino, sopa o carne?
La
noche se esconde de nosotros, ávida de
La noche cae
(se divierte un
poco con sus caracolas,
con una extraña
paloma que ignoramos
de dónde vino y
con insectos
que no vagan por
las estaciones del libro
que escribe el
semen de los animales
y las especies).
La noche cae
(¿trueno o
alboroto de los ángeles que vienen en sus caballos?)
La noche cae
(delira y se
revuelve en su vaso).
¿Quién me
mostrará la estrella?
¿Quién me dará
la tinta para escribir mi noche?
Ha escrito el
poema:
(¿Cómo
convencerlo de que mi futuro es un desierto?)
Ha escrito el
poema:
(¿Quién moverá
la roca de palabras que pesa
sobre mí?).
Ha escrito el
poema:
(No eres de los
nuestros si no matas a tu hermano).
Ha escrito el
poema:
(¿Cómo
comprender este lenguaje cazado
entre la
pregunta y la poesía?)
Ha escrito el
poema:
(¿Podrá el alba
errante abrazar a su sol?)
Ha escrito el
poema:
(Entre el rostro
del sol y el horizonte hay
un equívoco).
Ha escrito el
poema: (Que muera...).
Me fue concedido
ser desgarrado,
ser dispersado
en un bosque de fuego
para
alumbrar el camino.
Tiéndeme tu mano
afectuosa,
devuélveme lo
que tus noches le han quitado
a mi sangriento
sol.
¡Oh amigo!
¡Oh fatiga!
Después de que
el poeta desgarre el traje del tiempo
invitaré al
viento y le mostraré el camino
para que sus
dedos se tornen agujas
y cosa el
espacio con los restos del tiempo.
No mueres porque
seas un creador
o porque tengas
este cuerpo.
Estás muerto
porque eres el rostro eterno.
Sí.
Mis sueños
tienen derecho a abandonar mi cuerpo,
y mi cuerpo
tiene derecho a traicionar el insomnio que le frecuenta.
Invito al lobo
para que lave el
espejo de los corderos:
han olvidado su
imagen...
No hemos vuelto
a encontrarnos.
No hay entre
nosotros más que renuncia y exilio.
Las promesas han
muerto, el espacio ha muerto.
Sólo la muerte
es encuentro.
Una flor sedujo
al viento
para que trasladara
su perfume.
Murió ayer.
Cada vez que
anuncio:
Este es mi país
que se aproxima
y
ofrece sus frutos en una lengua próxima,
a otro país.
Los árboles se
inclinan para despedir
a las flores que
se abren, orgullosas,
ponen sus hojas
boca abajo para despedir
a los caminos
semejantes a zanjas,
entre suspiros y
palabras se despiden.
Un cuerpo se
viste de arena,
cae en su vagar
para decir adiós.
Las páginas de
amor de la tinta,
el alfabeto y
los poetas dicen adiós,
y el poema dice
adiós.
Toda esta
certidumbre que he vivido se desvanece.
Todas estas
antorchas de mis deseos se desvanecen.
Todo lo que
había entre mí y la existencia
luminosa en mi
hégira se desvanece.
Ahora comienzo
desde el principio...
El asedio de
Beirut
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Traducida del árabe por María Luisa Prieto
Fuente: Cuaderno de Poesía Crítica Nº 87.
Biblioteca OmegaAlfa. www.omegalfa.com