TESIS
SOBRE LA HISTORIA
Walter
Benjamin. 1940
I
Según se cuenta, hubo un autómata construido
de manera tal, que, a cada movimiento de un jugador de ajedrez, respondía con
otro, que le aseguraba el triunfo en la partida. Un muñeco vestido de turco,
con la boquilla del narguile en la boca, estaba sentado ante el tablero que
descansaba sobre una amplia mesa. Un sistema de espejos producía la ilusión de
que todos los lados de la mesa eran transparentes. En realidad, dentro de ella había
un enano jorobado que era un maestro en ajedrez y que movía la mano del muñeco
mediante cordeles. En la filosofía, uno puede imaginar un equivalente de ese mecanismo;
está hecho para que venza siempre el muñeco que conocemos como “materialismo
histórico”. Puede competir sin más con cualquiera, siempre que ponga a su servicio
a la teología, la misma que hoy, como se sabe, además de ser pequeña y fea, no
debe dejarse ver por nadie.
II
“A las peculiaridades más notorias del
espíritu humano, dice Lotze, pertenece... junto a tanto egoísmo en lo particular,
una falta de envidia general de todo presente respecto de su futuro.” Esta
reflexión apunta hacia el hecho de que la imagen de felicidad que cultivamos se
encuentra teñida por completo por el tiempo al que el curso de nuestra propia
existencia nos ha confinado. Una felicidad capaz de despertar envidia en
nosotros sólo la hay en el aire que hemos respirado junto con otros humanos, a
los que hubiéramos podido dirigirnos; junto con las mujeres que se nos hubiesen
podido entregar. Con otras palabras, en la idea que nos hacemos de la felicidad
late inseparablemente la de la redención. Lo mismo sucede con la idea del
pasado, de la que la historia hace asunto suyo. El pasado lleva un índice
oculto que no deja de remitirlo a la redención. ¿Acaso no nos roza, a nosotros
también, una ráfaga del aire que envolvía a los de antes? ¿Acaso en las voces a
las que prestamos oído no resuena el eco de otras voces que dejaron de sonar?
Acaso las mujeres a las que hoy cortejamos no tienen hermanas que ellas ya no
llegaron a conocer? Si es así, un secreto compromiso de encuentro está entonces
vigente entre las generaciones del pasado y la nuestra. Es decir: éramos
esperados sobre la tierra. También a nosotros, entonces, como a toda otra
generación, nos ha sido conferida una débil
fuerza mesiánica, a la cual el pasado tiene derecho de dirigir sus reclamos.
Reclamos que no se satisfacen fácilmente, como bien lo sabe el materialista histórico.
III
El cronista que hace la relación de los
acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños responde con
ello a la verdad de que nada de lo que tuvo lugar alguna vez debe darse por
perdido para la historia. Aunque, por supuesto, sólo a la humanidad redimida le
concierne enteramente su pasado. Lo que quiere decir: sólo a la humanidad
redimida se le ha vuelto citable su pasado en cada uno de sus momentos. Cada
uno de sus instantes vividos se convierte en un punto en el orden del día, día
éste que es precisamente el día del Juicio Final.
IV
Procuraos primero alimento y vestido,
que así
el Reino de Dios os llegará por sí
mismo.
Hegel, 1807
La lucha de clases que tiene siempre ante
los ojos el materialista histórico educado en Marx es la lucha por las cosas
toscas y materiales, sin las cuales no hay cosas finas y espirituales. Estas
últimas, sin embargo, están presentes en la lucha de clases de una manera diferente
de la que tienen en la representación que hay de ellas como un botín que cae en
manos del vencedor. Están vivas en esta lucha en forma de confianza en sí mismo,
de valentía, de humor, de astucia, de incondicionalidad, y su eficacia se
remonta en la lejanía del tiempo. Van a poner en cuestión, siempre de nuevo,
todos los triunfos que alguna vez favorecieron a los dominadores. Como las
flores vuelve su corola hacia el sol, así también todo lo que ha sido, en
virtud de un heliotropismo de estirpe secreta, tiende a dirigirse hacia ese sol
que está por salir en el cielo de la historia. Con ésta, la más inaparente de
todas las transformaciones, debe saber entenderse el materialista histórico.
V
La imagen verdadera del pasado pasa de
largo velozmente. El pasado sólo es atrapable como la imagen que refulge, para
nunca más volver, en el instante en que se vuelve reconocible. “La verdad no se
nos escapará”: esta frase que proviene de Gottfried Keller indica el punto
exacto, dentro de la imagen de la historia del historicismo, donde le atina el
golpe del materialismo histórico. Porque la imagen verdadera del pasado es una
imagen que amenaza con desaparecer con todo presente que no se reconozca
aludido en ella. La buena nueva que el historiador del pasado trae, con pulso
acelerado, sale de una boca que tal vez ya en el instante en que se abre, habla
al vacío.
VI
Articular históricamente el pasado no
significa conocerlo “tal como verdaderamente fue”. Significa apoderarse de un
recuerdo tal como éste relumbra en un instante de peligro. De lo que se trata
para el materialismo histórico es de atrapar una imagen del pasado tal como
ésta se le enfoca de repente al sujeto histórico en el instante del peligro. E1
peligro amenaza tanto a la permanencia de la tradición como a los receptores de
la misma. Para ambos es uno y el mismo: el peligro de entregarse como
instrumentos de la clase dominante. En cada época es preciso hacer nuevamente
el intento de arrancar la tradición de manos del conformismo, que está siempre
a punto de someterla. Pues el Mesías no sólo viene como Redentor, sino también
como vencedor del Anticristo. Encender en el pasado la chispa de la esperanza
es un don que sólo se encuentra en aquel historiador que está
compenetrado con esto: tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste
vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer.
VII
Considerad lo oscuro y el gran frío
De este valle que resuena de lamentos.
Brecht. La
ópera de tres centavos
Fustel de Coulanges le recomienda al
historiador que quiera revivir una época que se quite de la cabeza todo lo que
sabe del curso ulterior de la historia. Mejor no se podría identificar al
procedimiento con el que ha roto el materialismo histórico. Es un procedimiento
de empatía. Su origen está en la apatía del corazón, la acedia, que no se
atreve a adueñarse de la imagen histórica auténtica, que relumbra fugazmente.
Los teólogos medievales vieron en ella el origen profundo de la tristeza.
Flaubert, que algo sabía de ella, escribió: “Pocos adivinarán cuán triste se ha
necesitado ser para resucitar a Cartago“. La naturaleza de esta tristeza se
esclarece cuando se pregunta con quién empatiza el historiador historicista. La
respuesta resulta inevitable: con el vencedor. Y quienes dominan en cada caso
son los herederos de todos aquellos que vencieron alguna vez. Por consiguiente,
la empatía con el vencedor resulta en cada caso favorable para el dominador del
momento. El materialista histórico tiene suficiente con esto. Todos aquellos
que se hicieron con la victoria hasta nuestros días marchan en el cortejo
triunfal de los dominadores de hoy, que avanza por encima de aquellos que hoy
yacen en el suelo. Y como ha sido siempre la costumbre, el botín de guerra es
conducido también en el cortejo triunfal. El nombre que recibe habla de bienes
culturales, los mismos que van a encontrar en el materialista histórico un
observador que toma distancia. Porque todos los bienes culturales que abarca su
mirada, sin excepción, tienen para él una procedencia en la cual no puede pensar
sin horror. Todos deben su existencia no sólo a la fatiga de los grandes genios
que los crearon, sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. No
hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie. Y así
como éste no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de la
transmisión a través del cual los unos lo heredan de los otros. Por eso el
materialista histórico se aparta de ella en la medida de lo posible. Mira como
tarea suya la de cepillar la historia a contrapelo.
VIII
La tradición de los oprimidos nos enseña que
el “estado de excepción” en que ahora vivimos es en verdad la regla. El
concepto de historia al que lleguemos debe resultar coherente con ello.
Promover el verdadero estado de excepción se nos presentará entonces como tarea
nuestra, lo que mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo. La
oportunidad que éste tiene está, en parte no insignificante, en que sus adversarios
lo enfrentan en nombre del progreso como norma histórica. El asombro ante el
hecho de que las cosas que vivimos sean “aún” posibles en el siglo veinte no
tiene nada de filosófico. No está al comienzo de ningún conocimiento, a
no ser el de que la idea de la historia de la cual proviene ya no puede
sostenerse.
IX
Mi ala está pronta al vuelo.
Retornar, lo haría con gusto,
pues, aunque fuera yo tiempo vivo,
mi suerte sería escasa.
Gerhard Scholem, Saludo del Angelus
Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus
Novus. Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo
sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y
las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está
vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena
de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies
ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse,
despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde
el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no
puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al
cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el
cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.
X
Los temas de meditación que la regla
conventual proponía a los hermanos novicios tenían la tarea de alejarlos del
mundo y sus afanes. La reflexión que desarrollamos aquí procede de una
determinación parecida. En un momento en que los políticos, en quienes los
adversarios del fascismo habían puesto su esperanza, yacen por tierra y
refuerzan su derrota con la traición a su propia causa, esta reflexión se propone
desatar al que vive en el mundo de la política de las redes en que ellos lo han
envuelto. Ella parte de la consideración de que la fe ciega de esos políticos
en el progreso, la confianza en su “base de masas” y, por último, su servil
inserción en un aparato incontrolable no han sido más que tres aspectos de la misma
cosa. Es una reflexión que procura dar una idea respecto de lo caro que le cuesta a nuestro
pensamiento habitual una representación de la historia que evite toda
complicidad con aquella a la que esos políticos siguen aferrados.
XI
E1 conformismo, que desde el principio se
encontró a gusto en la socialdemocracia, no afecta sólo a sus tácticas
políticas, sino también a sus ideas económicas. Esta es una de las razones de
su colapso ulterior. No hay otra cosa que haya corrompido más a la clase
trabajadora alemana que la idea de que ella nada con la corriente. E1
desarrollo técnico era para ella el devenir de la corriente con la que creía
estar nadando. De allí no había más que un paso a la ilusión de que el trabajo
en las fábricas, que sería propio de la marcha del progreso técnico, constituye
de por sí una acción política. Bajo una figura secularizada, la antigua moral
protestante del trabajo celebraba su resurrección entre los obreros alemanes.
El Programa de Gotha muestra ya señales de esta confusión. Define al trabajo
como “la fuente de toda riqueza y de toda cultura”. Presintiendo algo malo,
Marx respondió que el hombre que no posee otra propiedad aparte de su fuerza de
trabajo “está forzado a ser esclavo de otros hombres, de aquellos que se han
convertido... en propietarios”. A pesar de ello, la confusión continúa difundiéndose
y poco después Josef Dietzgen proclama: “Trabajo es el nombre del mesías del
tiempo nuevo. En el... mejoramiento... del trabajo... estriba la riqueza, que
podrá hacer ahora lo que ningún redentor pudo lograr.” Esta concepción del
marxismo vulgar sobre lo que es el trabajo no se detiene demasiado en la cuestión
acerca del efecto que el producto del trabajo ejerce sobre los trabajadores
cuando éstos no pueden disponer de él. Sólo está dispuesta a percibir los progresos
del dominio sobre la naturaleza, no los retrocesos de la sociedad. Muestra ya
los rasgos tecnocráticos con los que nos toparemos más tarde en el fascismo.
Entre ellos se encuentra un concepto de naturaleza que se aleja con aciagos
presagios del que tenían las utopías socialistas anteriores a la revolución de
1848. E1 trabajo, tal como se lo entiende de ahí en adelante, se resuelve en la
explotación de la naturaleza, explotación a la que se le contrapone con ingenua
satisfacción la explotación del proletariado. Comparados con esta concepción
positivista, los fantaseos que tanto material han dado para escarnecer a un
Fourier revelan un sentido sorprendentemente sano. Para Fourier, el trabajo
social bien ordenado debería tener como consecuencia que cuatro lunas iluminen
la noche terrestre, que el hielo se retire de los polos, que el agua del mar no
sea más salada y que los animales feroces se pongan al servicio de los hombres.
Todo esto habla de un trabajo que, lejos de explotar a la naturaleza, es capaz
de ayudarle a parir las creaciones que dormitan como posibles en su seno. Al concepto
corrupto de trabajo le corresponde como complemento esa naturaleza que, según la expresión de Dietzgen, “está
gratis ahí”.
XII
Necesitamos de la historia, pero de otra
manera de como la necesita el ocioso
exquisito
en los jardines del saber.
Nietzsche, Beneficios
y perjuicios de la
historia para la vida.
E1 sujeto del conocimiento histórico es la
clase oprimida misma, cuando combate. En Marx aparece como la última clase
esclavizada, como la clase vengadora, que lleva a su fin la obra de la
liberación en nombre de tantas generaciones de vencidos. Esta conciencia, que por
corto tiempo volvió a tener vigencia con el movimiento «Spartacus», ha sido
siempre desagradable para la socialdemocracia. En el curso de treinta años ha
1ogrado borrar casi por completo el nombre de un Blanqui, cuyo timbre metálico
hizo temblar al siglo pasado. Se ha contentado con asignar a la clase trabajadora
el papel de redentora de las generaciones futuras, cortando así el
nervio de su mejor fuerza. En esta escuela, la clase se desaprendió lo mismo del
odio que de la voluntad de sacrificio. Pues ambos se nutren de la imagen de los
antepasados esclavizados, y no del ideal de los descendientes liberados. Si hay
una generación que debe saberlo, esa es la nuestra: lo que podemos esperar de
los que vendrán no es que nos agradezcan por nuestras grandes acciones, sino
que se acuerden de nosotros, que fuimos abatidos. La revolución rusa sabía de esto.
La consigna “¡Sin gloria para el vencedor, sin compasión con el vencido!” es
radical porque expresa una solidaridad que es mayor con los hermanos muertos
que con los herederos.
XIII
Puesto que nuestra causa se vuelve más
clara
cada día y el pueblo cada día más sabio.
Wilhelm Dietzgen, La filosofía socialdemócrata
La teoría socialdemócrata, y aún más su
práctica, estuvo determinada por un concepto de progreso que no se atenía a la
realidad, sino que poseía una pretensión dogmática. Tal como se pintaba en las
cabezas de los socialdemócratas, el progreso era, primero, un progreso de la
humanidad misma (y no sólo de sus destrezas y conocimientos). Segundo, era un
progreso sin término (en correspondencia con una perfectibilidad infinita de la
humanidad). Tercero, pasaba por esencialmente indetenible (recorriendo automáticamente
un curso sea recto o en espiral). Cada uno de estos predicados es controvertible
y en cada uno ellos la crítica podría iniciar su trabajo. Pero la crítica —si
ha de ser inclemente— debe ir más allá de estos predicados y dirigirse a algo
que les sea común a todos ellos. La idea de un progreso del género humano en la
historia es inseparable de la representación de su movimiento como un avanzar
por un tiempo homogéneo y vacío. La crítica de esta representación del
movimiento histórico debe constituir el fundamento de la crítica de la idea de progreso
en general.
XIV
E1 origen es la meta.
Karl Kraus, Palabras
en versos I
La historia es objeto de una construcción cuyo
lugar no es el tiempo homogéneo y vacío, sino el que está lleno de “tiempo del
ahora”. Así, para Robespierre, la antigua Roma era un pasado cargado de “tiempo
del ahora”, que él hacía saltar del continuum de la historia. La
Revolución Francesa se entendía a sí misma como un retorno de Roma. Citaba a la
antigua Roma tal como la moda a veces cita a un atuendo de otros tiempos. La
moda tiene un olfato para lo actual, donde quiera que lo actual de señas de
estar en la espesura de lo de antaño. La moda es un salto de tigre al pasado.
Sólo que tiene lugar en una arena en donde manda la clase dominante. E1 mismo
salto, bajo el cielo libre de la historia, es ese salto dialéctico que es la revolución,
como la comprendía Marx.
XV
La conciencia de hacer saltar el continuum de
la historia es propia de las clases revolucionarias en el instante de su
acción. La Gran Revolución introdujo un nuevo calendario. E1 día con el que
comienza un calendario actúa como un acelerador histórico. Y es en el fondo el
mismo día que vuelve siempre en la figura de los días festivos, que son días de
rememoración. Los calendarios miden el tiempo, pero no como relojes. Son monumentos
de una conciencia histórica, de la cual en Europa, desde hace cien años, parece
haberse perdido todo rastro. Todavía durante la Revolución de Julio se registró
un episodio que mostraba a esa conciencia saliendo por sus fueros. Cuando cayó
la noche del primer día de combate ocurrió que en muchos lugares de París,
independientemente y al mismo tiempo, hubo disparos contra los relojes de las
torres. Un testigo ocular, cuyo acierto resultó tal vez de la rima, escribió
entonces:
Qui le croirait! On dit qu’irrités
contre l'heure
De nouveaux Josués, au pied de chaque
tour,
Tiraient sur les
cadrans pour arrêter le jour.
¡Quién lo
creería! Se dice que, irritados contra la hora
Nuevos Josués,
al pie de cada torre,
Disparaban sobre
los cuadrantes, para detener el tiempo.
XVI
El materialista histórico no puede renunciar
al concepto de un presente que no es tránsito, en el cual el tiempo se
equilibra y entra en un estado de detención. Pues este concepto define justo ese
presente en el cual él escribe historia por cuenta propia. El historicismo
levanta la imagen “eterna” del pasado, el materialista histórico, una
experiencia única del mismo, que se mantiene en su singularidad. Deja que los
otros se agoten con la puta del “hubo una vez”, en el burdel del historicismo.
El permanece dueño de sus fuerzas: lo suficientemente hombre como para hacer
saltar el continuum de la historia.
XVII
El historicismo culmina con todo derecho en la
hıstoria universal. Es de ella tal vez de la que la historiografía materialista
se diferencia más netamente que de ninguna otra en cuestiones de método. La historia
universal carece de una armazón teórica. Su procedimiento es aditivo:
suministra la masa de hechos que se necesita para llenar el tiempo homogéneo y vacío.
En el fundamento de la historiografía materialista hay en cambio un principio
constructivo. Propio del pensar no es sólo el movimiento de las ideas, sino
igualmente su detención. Cuando el pensar se para de golpe en medio de una
constelación saturada de tensiones, provoca en ella un chock que la hace
cristalizar como mónada. El materialista histórico aborda un objeto histórico
única y solamente allí donde éste se le presenta como mónada. En esta
estructura reconoce el signo de una detención mesiánica del acaecer o, dicho de
otra manera, de una oportunidad revolucionaria en la lucha por el pasado
oprimido. Y la aprovecha para hacer saltar a una determinada época del curso
homogéneo de la historia, de igual modo que hacer saltar de su época a una
determinada vida o del conjunto de una obra a una obra determinada. El beneficio
de este procedimiento reside en que en la obra se halla conservado y
superado el conjunto de la obra, en ésta toda la época y en la
época el curso entero de la historia. El fruto substancioso de lo comprendido
históricamente tiene en su interior al tiempo, como semilla preciosa
pero insípida.
XVIII
En la idea de la sociedad sin clases, Marx
secularizó la idea del tiempo mesiánico. Y es bueno que haya sido así. La
desgracia empieza cuando la socialdemocracia eleva esta idea a
"ideal". E1 ideal fue definido en la doctrina neokantiana como una
"tarea infinita". Y esta doctrina fue la filosofía escolar del
partido socialdemócrata —de Schmidt y Stadler a Natorp y Vorländer. Una vez
definida la sociedad sin clases como tarea infinita, el tiempo vacío y
homogéneo, se transformó, por decirlo así, en una antesala, en la cual se podía
esperar con más o menos serenidad el advenimiento de la situación
revolucionaria. En realidad, no hay un instante que no traiga consigo su
oportunidad revolucionaria —sólo que ésta tiene que ser definida en su
singularidad específica, esto es, como la oportunidad de una solución
completamente nueva ante una tarea completamente nueva. Al pensador revolucionario,
la oportunidad revolucionaria peculiar de cada instante histórico se le
confirma a partir de una situación política dada. Pero se le confirma también,
y no en menor medida, por la clave que dota a ese instante del poder para abrir
un determinado recinto del pasado, completamente clausurado hasta entonces. E1
ingreso en este recinto coincide estrictamente con la acción política; y es a
través de él que ésta, por aniquiladora que sea, se da a conocer como
mesiánica. La sociedad sin clases no es
la meta final del progreso en la historia, sino su interrupción, tantas veces
fallida y por fin llevada a efecto.
XIX
“Los escasos cinco milenios del homo sapiens
—dice uno de los biólogos más recientes— representan, en relación con la
historia de la vida orgánica sobre la tierra, unos dos segundos al final de una
jornada de veinticuatro horas. Llevada a esta escala, la historia de la
humanidad civilizada ocuparía la quinta parte del último segundo de la última hora.”
El “tiempo del ahora”, que como modelo del tiempo mesiánico resume en una
prodigiosa abreviatura la historia entera de la humanidad, coincide exactamente
con esa figura que representa la historia de la humanidad dentro del universo.
Apéndice
A
El historicismo se contenta con establecer un
nexo causal entre distintos momentos de la historia. Pero ningún hecho es ya un
hecho histórico solamente por ser una causa. Habrá de serlo, póstumamente, en
virtud de acontecimientos que pueden estar separados de él por milenios. El
historiador que parte de esta comprobación no permite ya que la sucesión de acontecimientos
le corra entre los dedos como un rosario. Aprehende la constelación en la que
ha entrado su propia época con una muy determinada época anterior. Funda de
esta manera un concepto del presente como ese “tiempo de ahora” en el que están
incrustadas astillas del tiempo mesiánico.
B
Es seguro que los adivinos que inquirían al
tiempo por los secretos que él guarda dentro de sí no lo experimentaban como homogéneo
ni como vacío. Quien tiene esto a la vista puede llegar tal vez a hacerse una
idea de la forma en que el pasado era aprehendido en la rememoración, es decir,
precisamente como tal. Se sabe que a los judíos les estaba prohibido investigar
el futuro. La Thorá y la plegaria los instruyen, en cambio, en la rememoración.
Esto los liberaba del encantamiento del futuro, al que sucumben aquellos que buscan
información en los adivinos. A pesar de esto, el futuro no se convirtió para
los judíos en un tiempo homogéneo y vacío. Porque en él cada segundo era la pequeña
puerta por la que podía pasar el Mesías.
Traducción: Bolívar
Echeverría
Fuente: Archivo Chile.2008