Cualquiera que sea el balance final del brutal atentado de ayer en París, y más allá del dolor y la solidaridad, deberíamos tratar de mantener la cabeza fría a la hora de abordar una explosión de barbarie que no es nueva y que, por desgracia, podría repetirse. El efecto inmediato de la violencia extrema es la de borrar todo aprendizaje anterior e imponer respuestas calculadamente emocionales que se ajustan al lógico estado de shock de las víctimas, pero que, tras una momentánea comunión redentora, nos dejan más inermes frente al terrorismo y más sumisos frente a las medidas tomadas contra él.
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