Es muy
sintomático que Hannah Arendt esté hoy día tan de moda. Los estantes de las
librerías están repletos de libros de Arendt, se cita a Arendt en el
Parlamento, tenemos a Arendt hasta en la sopa. A todo el mundo le resulta
interesantísimo que un pueblo entero, el pueblo alemán, colapsara moralmente en
los años treinta del pasado siglo XX. En cambio, se lee muy poco (de hecho, ni
siquiera se le traduce demasiado) a Günther Anders, quien fuera, por cierto, su
marido. Anders se ocupó más bien de denunciar la continuidad de ese
colapso moral entre nosotros, en la conciencia occidental en
general. Lo que le preocupaba era que nos habíamos vuelto analfabetos
emocionales y que eso nos abocaba a una abismo moral en el que todos nos
hacíamos cómplices de un holocausto cotidiano e ininterrumpido. A mediados de
los ochenta, Anders renegó del pacifismo en el que había militado toda su vida
de forma tan activa y argumentó que la única solución era la violencia. “Hemos
hecho todo lo posible por convencer al mundo y está claro que no vale de nada”.
“El mundo no está amenazado por seres que quieren matar sino por aquellos que a
pesar de conocer los riesgos sólo piensan técnica, económica y comercialmente”.
La economía capitalista ha llevado el planeta a un callejón sin salida.
La situación es tan grave que, hoy día –plantea Anders- el recurso a la
violencia por parte de los movimientos antisistema debe considerarse, sin
más, legítima defensa.
Estamos
amenazados, la población mundial está amenazada de muerte, por vulgares hombres
de negocios con aspecto inofensivo. “Considero ineludible que nosotros, a todos
aquellos que tienen el poder y nos amenazan, los asustemos. No hay que vacilar
en eliminar a aquellos seres que por escasa imaginación o por estupidez
emocional no se detienen ante la mutilación de la vida y la muerte de la
humanidad”. Estas citas están sacadas de un libro titulado Llámese
cobardía a esta esperanza, que publicó una editorial marginal que,
por supuesto, no ha gozado de la fortuna comercial de los editores de Hannah
Arendt.
No hay comentarios:
Publicar un comentario